El esmalte, que también se denomina vidriado, se compone en términos generales, de vidrio especial al que se agregan determinados óxidos metálicos, a temperatura elevada. Estos óxidos constituyen los colorantes del esmalte; el oxido de cobalto, por ejemplo, le da una coloración azulada; el oxido de cobre lo colorea verde; el oxido de hierro de tonalidades que varían del rojo al pardo.
La costumbre de esmaltar vasijas y objetos metálicos, fueran sagrados o de uso corriente, cubriéndolos con una capa ornamental y protectora, era conocida y practicada por los pueblos de la antigüedad. Los egipcios empleaban una técnica que es semejante al esmalte alveolado. Alrededor del año 1350 antes de la era cristiana, comenzó a utilizarse la técnica del alveolado con alambres. Ello dio origen al alveolado dorado (con oro), que alcanzo su máximo apogeo en Bizancio durante los siglos X y XI.
De Alemania provienen las obras artísticas obtenidas mediante la técnica antes citada. Este procedimiento fue utilizado hace mucho tiempo por los monjes de los conventos de la zona del Ring.
Los talleres más famosos fueron los de Limoges, en Francia; en esta ciudad, durante los siglos XII a XIX, se esmaltaron numerosas obras de arte, con todas las técnicas disponibles, las cuales comenzaron a utilizarse crecientemente en la fabricación de objetos de uso corriente.
El empleo artístico del esmalte, nuevamente gana importancia en la actualidad; son los aficionados especialmente, junto con los orfebres y los artífices, los que vuelven a descubrir las bellezas que ofrece la aplicación de este material.”
Autora: Catarina Zechim